Como hemos reflexionado, la Liturgia de la Palabra es la primera parte de la Misa y, si se quiere, prepara el escenario para la segunda parte de la Misa, la Eucaristía. En el anuncio de la Palabra, Dios habla a su pueblo, muy especialmente en el Evangelio, que es la vida y la enseñanza de Jesús mismo. Por eso nos ponemos de pie y en las ocasiones más solemnes el anuncio del Evangelio se acompaña con velas, una pequeña procesión y, a veces, incienso. Esta es también la razón por la que es proclamada por un sacerdote o un diácono.
En nuestra cultura de anuncios visuales rápidos y deslumbrantes de 30 segundos, es difícil escuchar a alguien leyendo. Seguir en un Misal u otro folleto o uno de los libros provistos en los bancos ayuda. También puede haber muchas distracciones. Realmente debemos centrarnos. Es más que “algo que se está leyendo”. Es la Santa Palabra de Dios la que nos transforma. Nos desafía, nos consuela y nos llama a la conversión.
A riesgo de sacar unos de mis muchos rollos (otra vez), pediría a las mamás y papás a sacar a los pequeños si comienzan a llorar o chillar. La Palabra de Dios es sagrada. Hay que poder escucharla. Debemos crear un ambiente para que eso suceda. Si un pequeño comenzara a ponerse inquieto, por ejemplo, en el cine, la gente probablemente se daría la vuelta y diría SHHHHH. Los ujieres les dirían que lo sacaran afuera. La Palabra de Dios merece la misma clase de una tranquilidad respetuosa. Contamos con que los padres tengan el respeto y la consideración de sacar al pequeño que se pone inquieto para que el sacerdote y la asamblea puedan centrarse. El Santo Sacrificio de la Misa es mucho más importante que una película en el cine.
