¡Alabado sea Jesucristo!
La salvación del infierno y la condenación eterna viene de la misericordia de Jesucristo. Él es el único Salvador del mundo. Después de que San Pedro recibió el Espíritu Santo en Pentecostés, exclamó: “En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Aun cuando estábamos muertos en nuestros pecados, fuimos traídos a la vida por Cristo (Efesios 2:4).
Accedemos a la salvación de Jesús por gracia actuando a través de la fe en Él. “Porque por gracia son salvos por medio de la fe, y esto no viene de Uds.; es un don de Dios; no es por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:9). Seguir los preceptos del Antiguo Testamento no puede traer la salvación a nadie, solo la gracia de Jesucristo disponible en los sacramentos. Cada Sacramento es un encuentro con Jesucristo, una oferta de salvación a nuestras almas (Bautismo, Penitencia, Confirmación, Santa Eucaristía, Orden, Matrimonio y Unción de los Enfermos). Creer en Jesús nos trae vida eterna y nos salva de la condenación (Jn. 3:18).
Si creemos que Jesús da la vida eterna por Su gracia, entonces ¿por qué nos mantenemos alejados de esa gracia salvadora verdaderamente presente en los Sacramentos? “El que vive la verdad viene a la luz, para que sus obras se vean claramente como hechas en Dios” (Jn 3, 21). Ven a la luz, Jesucristo, verdaderamente presente en los Sacramentos para recibir Su salvación. No hay salvación en nadie ni en nada más. Cree en Jesús para que no perezcas, sino que tengas vida eterna (cf. Jn 3,16).
Que Dios te bendiga,
P. Geary
